Las Vegas

Las Vegas es una oda al capitalismo. Incluso en los servicios que son gratuitos.

Un mar de entretenimiento en medio del desierto. Luces, sonidos, coches, casinos y hoteles, todos compactados para aislarse de la inmensidad del desierto. Las personas se juntan para no llorar solas, para protegerse mutuamente de los peligros incógnitos de la soledad.

Las Vegas es contraste. Las Vegas, en Agosto, es calor. Es asfixiante al pisar la calle, andar 200 pasos y esquivar a 100 personas. Ordas de gente que agobian tan solo en pensar cómo sortearlas. El Sol se regocija rociando todo con un calor seco, duro. Pero Las Vegas en Agosto es también frío. El frío del aire acondicionado a toda pastilla en todos los casinos, hoteles, o recintos cerrados de cualquier tipo. El frío en el cuerpo a ver a indigentes abrasándose de calor frente a la mirada rehuida de turistas y trabajadores, que, al no ver, no sienten la pesadumbre de ver cómo en la ciudad de los sueños, del dinero y de la fortuna, hay gente que no tiene nada.

En Las Vegas hay que invertir. Tanto casinos como jugadores deben derrochar grandes sumas de dinero si quieren jugar en la gran ruleta de la fortuna. El Venetian es el que ha ido más fuerte, con más de 77372 millones de doláres destinados a construir una pequeña Venecia en el desierto, ajena al hundimiento de la original. A estas horas, ambas comparten el status de parque de atracciones para adultos. Las apuestas mínimas en las mesas de póker veganas ahuyentan a turistas deseosos de sacarse la foto para sus redes sociales.

El sobrenombre de La Ciudad del Pecado está bien merecido: recoge en pocos kilómetros la abundancia, la opulencia, el orgullo americano, la gula, la lujuria y el juego. Aunque también podría ser La Ciudad de la Diversión, pues toda ella es un espectáculo.

Porque un poco de diversión nunca ha matado a nadie.

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